Al descubrir la historia del molino de viento, sin lugar a dudas, es necesario remitirse a Sistán (Sijistán), Persia, lugar del cual proceden los primeros molinos de viento de los que se tenga referencia alguna. Su origen, según cuenta la leyenda, que es tradición en la Persia oriental, se dio a mediados del siglo VII, año 650, en las llanuras donde sopla el viento de los cien días. ¿Su inventor? Un esclavo, Abu Lulua, quien presumía de la capacidad de dominar el viento norte. En una oportunidad, sus palabras llegaron a oídos del Califa, quien las tomo por serias, y quien queriendo comprobar si tales afirmaciones eran ciertas, ordenó al esclavo una demostración.
Aun cuando esta historia puede ser cierta, o no, existen referencias históricas (el historiador Al-Masudi), que señalan que para el año 950, este tipo de molino era ya bastante corriente en Persia.
La historia del molino de viento se ve claramente influenciada por su llegada a Europa, la cual no se dio hasta dos siglos más tarde, y si bien, los diseños europeos son tan diferentes (ejes verticales), que bien pudiera pensarse que se tratasen de dos inventos distantes, lo cierto es que la idea acerca de su funcionamiento fue un botín de las Cruzadas a Tierra Santa (años 1095 – 1099).
Para el año 1180, los molinos de viento eran populares en Europa, tanto así que su construcción se llevó a cabo no solo en colinas y campos, sino también en fortalezas y castillos.
En la Edad Media pudo observarse otro tipo de molino de viento, el conocido molino de torre, consistía en una construcción en piedra con tejado cónico y móvil; este tipo de molino puede observarse en la zona mediterránea desde Egipto hasta China.
En el siglo XVIII, el ingeniero escocés Andrew Meikle de Dunbar, sustituyó las velas utilizadas en los molinos por tablillas dispuestas a modo de persianas, las cuales con ayuda de un resorte, podían regular su abertura de acuerdo a la intensidad del aire, de manera que se podía lograr un mayor rendimiento.
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